domingo, 15 de enero de 2012

ROMANCERO ESPAÑOL


Tarea para los alumnos de 1o. de Secundaria del CENU
A Continuación encontrarán los romances asignados a cada uno. Hay algunos que son más extensos, por lo que están repartidos entre dos de ustedes.
Recuerden que el primer paso es imprimirlos y leerlos para que subrayen las palabras que desconocen, busquen el significado y lo anoten debajo del Romance.
Nos vemos el Jueves 19 de Enero 2012 para comenzar a trabajar los Romances

Fuentes: http://www.rinconcastellano.com/biblio/edadmedia/romances/
             http://www.poemasde.net/poemas-de-romancero-espanol/


Cómo El Cid Vengó A Su Padre  
                                                                                                            Miguel
Pensativo estaba el Cid
viéndose de pocos años
para vengar a su padre
matando al conde Lozano;
miraba el bando temido
del poderoso contrario
que tenía en las montañas
mil amigos asturianos;
miraba cómo en la corte
de ese buen rey Don Fernando
era su voto el primero,
y en guerra el mejor su brazo;
todo le parece poco
para vengar este agravio,
el primero que se ha hecho
a la sangre de Lain Calvo;
no cura de su niñez,
que en el alma del hidalgo
el valor para crecer
no tiene cuenta a los años.
Descolgó una espada vieja
de Mudarra el castellano,
que estaba toda mohosa,
por la muerte de su amo.
«Haz cuenta, valiente espada,
que es de Mudarra mi brazo
y que con su brazo riñes
porque suyo es el agravio.
Bien puede ser que te corras
de verte así en la mi mano,
mas no te podrás correr
de volver atrás un paso.
Tan fuerte como tu acero
me verás en campo armado;
tan bueno como el primero,
segundo dueño has cobrado;
y cuando alguno te venza,
del torpe hecho enojado,
hasta la cruz en mi pecho
te esconderé muy airado.
Vamos al campo, que es hora
de dar al conde Lozano
el castigo que merece t
an infame lengua y mano».
Determinado va el Cid,
y va tan determinado,
que en espacio de una hora
mató al conde y fue vengado.


Doña Urraca Recuerda Cuando El Cid Se Criaba Con Ella En Su Palacio En Zamora
Luisa
¡Afuera, afuera, Rodrigo,
el soberbio castellano!
  Acordársete debría
de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero
en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino,
tú, Rodrigo, el ahijado;
  mi 
padre te dio las armas,
mi madre te dio el caballo,
yo te calcé espuela de oro
porque fueses más honrado;
pensando casar contigo,
¡no lo quiso mi pecado!,
  casástete con Jimena, 
hija del conde Lozano;
con ella hubiste dineros,
conmigo hubieras estados;
dejaste hija de rey
por tomar la de un vasallo.
En oír esto Rodrigo
volvióse mal angustiado:
¡Afuera, afuera, los míos,
los de a pie y los de a caballo,
pues de aquella torre mocha
una vira me han tirado!,
no traía el asta hierro,
el corazón me ha pasado;
¡ya ningún remedio siento,
sino vivir más penado!

DE FRANCIA PARTIÓ LA NIÑA
Briannah
De Francia partió la niña,
de Francia la bien guarnida,
íbase para París,
do padre y madre tenía.
Errado lleva el camino,
errada lleva la guía,
arrimárase a un roble
por esperar compañía.
Vio venir un caballero
que a París lleva la guía.
La niña, desque lo vido,
de esta suerte le decía:
-Si te place, caballero,
llévesme en tu compañía.  
-Pláceme, dijo, señora,
pláceme, dijo, mi vida.
Apeóse del caballo
por hacerle cortesía;
puso la niña en las ancas
y él subiérase en la silla.
En el medio del camino
de amores la requería.
La niña, desque lo oyera,
díjole con osadía:
-Tate, tate, caballero,
no hagáis tal villanía,
hija soy de un malato
y de una malatía,




ROMANCE DEL PRISIONERO
Camila
Que por mayo era, por mayo,
cuando hace el calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor,

sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero,
déle Dios mal galardón.




ROMANCE DEL CONDE ARNALDOS
Sebastián
¡Quién hubiese tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
Con un halcón en la mano
la caza iba a cazar.
Vio venir una galera
que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda,
la jarcia de un cendal;
marinero que la manda
diciendo viene un cantar
que la mar hacía en calma,
los vientos hace amainar.

Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de san Juan

las aves que van volando
al mástil vienen posar
los peces que andan al fondo
arriba los hace andar.

Allí habló el infante Arnaldos
bien oiréis lo que dirá
"Por tu vida el marinero
dígasme ahora ese cantar"

Respondiole el marinero
tal respuesta le fue a dar
"Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va"



ROMANCE DEL CONDE OLINOS
Carlos




LA MORA MORAIMA
Fernanda


 Yo me era mora Moraima
morilla de un bel catar.
Cristiano vino a mi puerta
cuitada, por me engañar:
hablóme en algarabía                        5
como quien la sabe hablar:
«ábrasme las puertas, mora,
sí, Alá te guarde de mal.»
«Cómo te abriré, mezquina,
que no sé quién te serás?»                  10
«Yo soy el moro Mazote
hermano de la tu madre,
que un cristiano dejo muerto
y tras mí viene el alcalde:
si no me abres tú, mi vida,                 15
aquí me verás matar.»
Cuando esto oí, cuitada,
comencéme a levantar,
vistiérame un almejía
no hallando mi brial,                       20
fuérame para la puerta
y abríla de par en par.
Sola estoy en mi casa
namorando mi cojín;
¿quién será ese caballero
que a mi puerta dice "Abrid"?
- Soy Bernal Francés, señora,
el que te suele servir
por la noche en la cama,
por el día en el jardín.
Alzó sábanas de holanda,
cubrióse de un mantellín;
tomó candil de oro en mano
y la puerta bajó a abrir.
Al entreabrir de la puerta,
él dio un soplo en el candil.
- ¡Válgame Nuestra Señora,
válgame señor San Gil!
Quien apagó mi candela
puede apagar mi vivir.
- No te espantes, Catalina,
ni me quieras descubrir,
que a un hombre he muerto en la calle,
justicia va tras de mí.
Le ha tomado de la mano
y le ha entrado al camarín;
sentóle en silla de plata
con respaldo de marfil;
bañóle todo su cuerpo
con agua de toronjil;
hízole cama de rosa
cabecera de alhelí.



LA MISA DE AMOR
Alejandra
Mañanita de San Juan,
mañanita de primor,
cuando damas y galanes
van a oír misa mayor.
Allá va la mi señora,
entre todas la mejor;
viste saya sobre saya,
mantellín de tornasol,
camisa con oro y perlas
bordada en el cabezón.
En la su boca muy linda,
lleva un poco de dulzor;
En la su cara tan blanca,
un poquito de arrebol,

y en los sus ojuelos garzos
lleva un poco de alcohol;

así entraba por la iglesia
relumbrando como el sol.
Las damas mueren de envidia,
y los galanes de amor.

El que cantaba en el coro,
en el credo se perdió;
el abad que dice misa,
ha trocado la lición;

monacillos que le ayudan,
no aciertan responder, non,
por decir amén, amén,
decían amor, amor.


EL ENAMORADO Y LA MUERTE
Ian

Yo me estaba reposando
anoche como solía;
soñaba con mis amores
que en mis brazos se dormían.
Vi entrar señora tan blanca,
Muy más que la nieve fría.
-¿Por dónde has entrado, amor?;
¿por dónde has entrado, vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
-No soy el amor, amante;
la muerte, que Dios te envía.
-¡Oh muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
-Un día no puedo darte,
una hora tienes de vida.
Muy deprisa se levanta,
Más deprisa se vestía,
ya se va para la calle
en donde su amor vivía.

-Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta, niña.
-¿La puerta cómo he de abrirte
si la hora no es convenida?
Mi padre no fue a palacio,
mi madre está ya dormida.
-Si no me abres esta noche
ya nunca más me abrirás:
la muerte me anda buscando;
¡junto a ti, vida sería!
-Vete bajo la ventana,
donde bordaba y cosía;
te echaré cordón de seda
para que subas arriba;
si la seda no alcanzare
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe.
La muerte que allí venía:
-Vamos, el enamorado;
la hora ya está cumplida.




DERROTA DE DON RODRIGO
Cristóbal

Las huestes de Don Rodrigo
desmayaban y huían
cuando en la octava batalla
sus enemigos vencían.
Rodrigo deja sus tiendas
y del real se salía;
solo va el desventurado,
que no lleva compañía,
y el caballo, de cansado,
ya moverse no podía;
camina por donde quiere,
sin que él le estorbe la vía.
El rey va tan desmayado
que sentido no tenía;
Muerto va de sed y hambre,
que de verle era mancilla;
iba tan rojo de sangre
que una brasa parecía.
La armas lleva abolladas,
que eran de gran pedrería,
la espada lleva hecha sierra,
de los golpes que tenía,
y el casco, de abollado,
en la cabeza se hundía;
la cara llevaba hinchada,
del esfuerzo que sufría.
Se subió encima de un cerro,
el más alto que veía.
Desde allí mira a su gente,
cómo iba de vencida;

de allí mira las banderas
y estandartes que tenía,
cómo están todos pisados
que la tierra los cubría;
mira por los capitanes,
que ninguno parecía;
mira el campo, tinto en sangre,
que como arroyos corría.
Él, triste por ver aquesto,
gran pena en sí tenía;
y llorando con sus ojos,
de esta manera decía:
- Ayer era rey de España,
hoy no lo soy de una villa;
ayer, villas y castillos,
hoy ninguno poseía;
ayer tenía criados
y gente que me servía,
hoy no me queda una almena
que pueda decir que es mía.
¡Desdichada fue la hora,
desdichado fue aquel día
en que nací y heredé
esta grande señoría,
pues lo habría de perder
todo junto y en un día!
¡Oh muerte!, ¿por qué no vienes
y llevas esta alma mía
de aqueste cuerpo mezquino,
que te lo agradecería?



ROMANCE DE LA JURA DE SANTA GADEA
Joseph

En Santa Gadea de Burgos,
do juran los hijosdalgo,
le toman la jura a Alfonso
por la muerte de su hermano.
Se la tomaba el buen Cid,
ese buen Cid castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo
y con unos evangelios
y un crucifijo en la mano
Las palabras son tan fuertes
que al buen rey ponen espanto:
- Villanos te maten, rey,
villanos que no hidalgos,
de las Asturias de Oviedo,
que no sean castellanos;
mátente con aguijadas,
no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
montados vengan en burras,
que no en mulas ni caballos;
traigan las riendas de cuerda,
no de cueros fogueados;
mátente por las aradas,
que no en villas ni en poblado,
y sáquente el corazón
por el siniestro costado
si no dices la verdad
de lo que te es preguntado:
si tú fuiste o consentiste
en la muerte de tu hermano.
Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Ito

Allí habló un caballero
que del rey era privado:
- Haced la jura, buen rey,
no tengaís de eso cuidado,
que nunca hubo rey traidor
ni un papa excomulgado.
Jura entonces el buen rey,
que en tal nunca se había hallado;
después, habla contra el Cid,
malamente y enojado:
- Muy mal me conjuras, Cid;
Cid, muy mal me has conjurado;
mas si hoy me tomas la jura,
después besarás mi mano.
- Por besar mano de rey
no me tengo por honrado;
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.
- Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,

y no vengas más a ellas
desde este día en un año.
- Pláceme - dijo el buen Cid-,
pláceme - dijo - de grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado
Tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.
Ya se partía el buen Cid
sin al rey besar la mano,
con trescientos caballeros,
todos eran hijosdalgo;
todos son hombres mancebos,
ninguno no había cano;
todos llevan lanza en puño
y el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Mas no le faltó al buen Cid
adonde asentar su campo.


LA VENGANZA DE MUDARRA
Melissa

A cazar va don Rodrigo, 
y aun don Rodrigo de Lara:
con la grande siesta que hace 
arrimádose ha a una haya,
maldiciendo a Mudarrillo, 
hijo de la renegada,
que si a las manos le hubiese, 
que le sacaría el alma.
El señor estando en esto, 
Mudarrillo que asomaba.
-Dios te salve, caballero, 
debajo la verde haya.
-Así haga a ti, escudero, 
buena sea tu llegada.
-Dígasme tú, el caballero, 
¿cómo era la tu gracia?
-A mí dicen don Rodrigo, 
y aun don Rodrigo de Lara,
cuñado de Gonzalo Gustos, 
hermano de doña Sancha;
por sobrinos me los hube 
los siete infantes de Salas;
espero aquí a Mudarrillo, 
hijo de la renegada;
si delante lo tuviese, 
yo le sacaría el alma.
Drew
-Si a ti te dicen don Rodrigo, 
y aun don Rodrigo de Lara,
a mí Mudarra González, 
hijo de la renegada;
de Gonzalo Gustos hijo 
y amado de doña Sancha;
por hermanos me los hube

los siete infantes de Salas.
Tú los vendiste, traidor, 
en el val de Arabiana,
mas si Dios a mí me ayuda, 
aquí dejarás el alma.
-Espéresme, don Gonzalo, 
iré a tomar las mis armas.
-El espera que tú diste 
a los infantes de Lara,
aquí morirás, traidor, 
enemigo de doña Sancha.


ROMANCE DE ANTEQUERA
Paola

De Antequera partió el moro 
tres horas antes del día,
con cartas en la su mano 
en que socorro pedía.
Escritas iban con sangre, 
más no por falta de tinta.
El moro que las llevaba 
ciento y veinte años había,
la barba tenía blanca, 
la calva le relucía;
toca llevaba tocada, 
muy grande precio valía.
La mora que la labrara 
por su amiga la tenía;
alhaleme en su cabeza 
con borlas de seda fina;
caballero en una yegua, 
que caballo no quería.
Solo con un pajecico
que le tenga compañía,      
no por falta de escuderos, 
que en su casa hartos había.
Siete celadas le ponen 
de mucha caballería,
mas la yegua era ligera, 
de entre todos se salía;
por los campos de Archidona 
a grandes voces decía:
-¡Oh buen rey, si tú supieses 
mi triste mensajería,
mesarías tus cabellos 
y la tu barba vellida!
El rey, que venir lo vido, 
a recebirlo salía
con trescientos de caballo, 
la flor de la morería.
-Bien seas venido, el moro, 
buena sea tu venida.
-Alá te mantenga, el rey, 
con toda tu compañía.

-Dime, ¿qué nuevas me traes 
de Antequera, esa mi villa

-Yo te las diré, buen rey, 
si tú me otorgas la vida.
-La vida te es otorgada, 
si traición en ti no había.
-¡Nunca Alá lo permitiese 
hacer tan gran villanía!,
mas sepa tu real alteza 
lo que ya saber debría,
que esa villa de Antequera 
en grande aprieto se vía,
que el infante don Fernando 
cercada te la tenía.
                                       Laila
Fuertemente la combate 
sin cesar noche ni día;
manjar que tus moros comen, 
cueros de vaca cocida.      
Buen rey, si no la socorres, 
muy presto se perdería.
El rey, cuando aquesto oyera, 
de pesar se amortecía;
haciendo gran sentimiento, 
muchas lágrimas vertía;
rasgaba sus vestiduras, 
con gran dolor que tenía,
ninguno le consolaba, 
porque no lo permitía;
mas después, en sí tornando, 
a grandes voces decía:
-Tóquense mi añafiles, 
trompetas de plata fina;
júntense mis caballeros 
cuantos en mi reino había,
vayan con mis dos hermanos 
a Archidona, esa mi villa,
en socorro de Antequera, 
llave de mi señoría.
Y ansí, con este mandado 
se junto gran morería;
ochenta mil peones fueron 
el socorro que venía,
con cinco mil de caballo, 
los mejores que tenía.
Ansí en la Boca del Asna 
este real sentado había
a la vista del infante, 
el cual ya se apercebía,
confiando en la gran victoria 
que de ellos Dios le daría,
sus gentes bien ordenadas; 
de San Juan era aquel día
cuando se dió la batalla

de los nuestros tan herida,
que por ciento y veinte muertos
quince mil moros había.
Después de aquesta batalla 
fue la villa combatida
con lombardas y pertrechos 
y con una gran bastida
conque le ganan las torres 
de donde era defendida.
Después dieron el castillo 
los moros a pleitesía,
que libres con sus haciendas 
el infante los pornía
en la villa de Archidona, 
lo cual todo se cumplía;
y ansí se ganó Antequera 
a loor de Santa María.



LA PÉRDIDA DE LA ALHAMA
Salma

Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira
hasta la de Villarrambla.
¡Ay de mi Alhama!
Cartas le fueron venidas
que Alhama estaba ganada;
las cartas echó en el fuego
y al mensajero matara.
¡Ay de mi Alhama!
Descabalga de una mula
y en un caballo cabalga;
por el Zacatín arriba
subido se había al Alambra.
¡Ay de mi Alhama!
Como en el Alambra estuvo
al mismo tiempo mandaba
que se toquen sus trompetas,
sus añafiles de plata.
¡Ay de mi Alhama!
Y que tambores de guerra
aprisa toquen alarma,
para que lo oigan sus moros,
los de la Vega y Granada.
¡Ay de mi Alhama!
Los moros, que el son oyeron,
que al dios de la guerra llama,
uno a uno y dos a dos,
se ha juntado gran batalla.
 Yasha

¡Ay de mi Alhama!
Allí habló un moro viejo,
de esta manera hablara:
-¿Para qué nos llamas, rey?
¿Para qué es esta llamada?
¡Ay de mi Alhama!
-Habéis de saber, amigos,
una nueva desdichada,
que cristianos de braveza
ya nos han ganado Alhama.
¡Ay de mi Alhama!
Allí habló un alfaquí
de barba crecida y cana:
-Bien se te emplea, buen rey;
buen rey, bien se te empleara.
¡Ay de mi Alhama!
Has matado Abencerrajes,
que eran la flor de Granada,
y cogido a renegados
de Córdoba la nombrada.
¡Ay de mi Alhama!
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino,
y aquí se pierda Granada.
¡Ay de mi Alhama!



ABENÁMAR Y EL REY DON JUAN
Andrea

Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había:
estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida.
Moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que diría:
- Yo te la diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía,
que mentira no dijese,
que era grande villanía.
Por tanto, pregunta, rey
que la verdad te diría.
- Yo te agradezco, Abenámar,
aquesa tu cortesía.

 ¿Qué castillos son aquellos?;
altos son y relucían.
- El Alambra era, señor
y la otra la mezquita;
los otros, los Alijares,
labrados a maravilla:
el moro que los labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra
otras tantas e perdía.
El otro, es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
- Si tú quisieses, Granada,
contigo me casaría;
te daré en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
- Casada soy, rey don Juan,
casada, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.



LA CAMPANA DE HUESCA
Marijose

Don Ramiro de Aragón,
el Rey Monje que llamaban;
caballeros de su reino
muchos le menospreciaban
porque era manso y humilde
y no sabidor en armas.
Muchos se burlaban de él
y su mandar no guardaban.
Sintiéndose deshonrado,
un mensajero enviaba
al abad de Santo Ponce,
que fue el que le criara,
para que le dé consejo,
que ninguno le acataba.
El abad, que sabio era,
el mensajero tomara;
le metió en una huerta
y, sin decirle palabra,
afilado un cuchillito,
las ramas altas cortaba,
aquéllas que eran mayores,
que a otras sobrepasaban.
El mensajero, enojado,
al rey así lo contara
cómo el abad de San Ponce
su carta no contestaba.

El rey bien pensó en aquello
que tal respuesta le daba.
Hizo luego un llamamiento,
bajo pena de su saña,
que cualquier hombre de estima
venga en seguida a su sala,
porque determina hacer
una muy rica campana
que se oiga en todo el reino
y que suene en toda España.
Venidos los ricos hombres,
se reían y burlaban
de él y de aquel mensaje
para el cual los llamaba.
Estando allí todos juntos,
uno a otro los tomara
y en un secreto aposento
sabiamente los entrara:
cortó allí quince cabezas,
que eran las más estimadas,
y mostrólas a sus hijos,
que a sus padres aguardaban,
diciendo haría lo mismo
con cuantos no le acataran.
Y así fue temido el Monje
con el son de la campana.

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